sábado, 28 de junio de 2025

Rosetta Stone – Adrenaline (1993): El golpe eléctrico que reanimó al goth rock en plena resaca post-ochentera




Cuando el goth rock parecía haber caído en coma tras la sobreexposición de los 80, entre los ecos lejanos de Bela Lugosi’s Dead y las sombras ya gastadas de The Sisters of Mercy, llegó un zarpazo británico que sacudió el féretro con una descarga de electricidad pura: Adrenaline (1993), el debut de Rosetta Stone, un disco que fue todo menos sutil.


No más susurros, ahora se gritaba en las catacumbas
Rosetta Stone no eran unos novatos jugando a ser oscuros. Venían de las ruinas de la escena post-punk británica, liderados por el carismático Porl King, un tipo que parecía haber nacido con un cigarro, una máquina de humo y un delay bajo el brazo. Pero en lugar de seguir la línea etérea y melancólica de bandas como Cocteau Twins o Lycia, los Stone tomaron el camino del golpe directo: drum machines crudas, guitarras abrasivas y una voz que parecía invocar a los dioses industriales del subsuelo.


Adrenaline es el título perfecto. Desde “Darkside”, un clásico instantáneo— el disco avanza como una locomotora gótica propulsada por cajas de ritmo saturadas, riffs afilados como cuchillas y atmósferas densas que podrían haber sonado en un rave postapocalíptico en Berlín o en un funeral de cyberpunks en Leeds.


Entre las cenizas de los 80, una nueva oscuridad
A principios de los 90, el goth rock estaba en una especie de limbo. El grunge dominaba las listas, el britpop comenzaba a emerger, y muchos de los pioneros del darkwave estaban experimentando mutaciones electrónicas. En medio de ese caos, Rosetta Stone se presentó como un puente entre la estética gótica tradicional y la energía industrial de la nueva década.


Temas como “Adrenaline”, “Sense of Purpose” o “Leave Me for Dead” capturan esa dualidad: el romanticismo decadente del pasado con la agresividad robótica del futuro.


Una de las jugadas más polémicas de Rosetta Stone fue su capacidad de sonar pegajosos sin dejar de ser siniestros. Había hooks, estribillos memorables, incluso melodías bailables, pero todo cubierto con una capa de neblina gris y maquillaje corrido. Eso les ganó seguidores en clubs alternativos de Europa, pero también críticas de los puristas que veían en ellos una traición a la crudeza del movimiento.


Pero Porl King no estaba para complacer a los fantasmas del pasado. Quería que el goth rock se sintiera vivo, urgente, como un puñetazo en la garganta mientras bailas en una pista iluminada por luces estroboscópicas moradas.




Adrenaline no cambió la historia del rock, pero sí fue una patada necesaria a un género que comenzaba a repetirse a sí mismo. Inspiró a una nueva ola de bandas goth y consolidó a Rosetta Stone como una anomalía gloriosa dentro de un submundo que muchas veces se toma demasiado en serio.

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