Olvídate del cliché de encajes, murciélagos y sombra de ojos. Fields of the Nephilim, liderados por el chamán Carl McCoy, venían de otro plano. En lugar de canalizar a Bauhaus o Siouxsie, sus invocaciones se nutrían de Aleister Crowley, H.P. Lovecraft, polvo de cementerios western y psicodelia pesada. Elizium es la consumación de esa alquimia.
El nombre lo dice todo: Elizium (sí, con “z”) es una deformación de los Campos Elíseos, el paraíso de los héroes en la mitología griega. Pero aquí no hay descanso ni gloria. Solo tránsito. Un tránsito hipnótico entre lo terrenal y lo astral.
Desde que arranca con “(Dead but Dreaming)” hasta el último lamento cósmico de “And There Will Your Heart Be Also”, el disco se siente como una misa pagana que te va arrastrando hacia el más allá, lenta pero inevitablemente. Las guitarras de Peter Yates y Paul Wright son atmósfera pura, distorsión reverberante, casi líquida. Nada de riffs gancheros: esto es textura, esto es trance.
El bajo de Tony Pettitt guía como un péndulo, mientras McCoy murmura, recita y predica como si estuviera poseído por un espíritu antiguo. “Sumerland (What Dreams May Come)” es probablemente el tema más accesible (y uno de los más poderosos), pero no por eso menos cargado de simbolismo y oscuridad.
Producido por Andy Jackson (sí, el ingeniero de Pink Floyd), Elizium suena como una galaxia sombría. Hay delay, hay reverb, hay espacio. Nada aquí es directo: todo flota, se expande, se disuelve. No es un álbum para poner de fondo. Es un disco que exige ritual, auriculares y noche cerrada.
Trágicamente, Elizium también significó el final de la alineación clásica de los Nephilim. McCoy se largó a montar The Nefilim (más metal y más apocalíptico) y la magia original se diluyó. Pero el legado quedó: Elizium es el testamento definitivo de un goth rock que no se conformó con la estética, sino que buscó el espíritu. Un disco que no quiere gustarte: quiere transformarte.
Junkies Sound: Si no te quema el alma, no es rock.
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