La metamorfosis oscura de los bastardos del punk
Para los que sólo recuerdan a The Damned como una de las bandas fundadoras del punk británico, su disco Fantasmagoría (1985) es una bofetada elegante, una reinvención tan inesperada como magnética. Aquí no hay nihilismo desbocado ni caos acelerado. Hay neblina, melancolía, atmósferas góticas y una ambición artística que —en pleno auge del post-punk— los convirtió en algo más que simples sobrevivientes de la explosión del ’77.
¿Punk gótico? ¿Pop oscuro? ¿Teatro barroco?
The Damned ya habían experimentado con sonidos menos rabiosos en Strawberries (1982), pero Fantasmagoría es su salto definitivo hacia un terreno más sofisticado. Desde la portada en blanco y negro —una modelo victoriana entre lápidas—, todo grita decadencia romántica. Nada queda del punk directo de Damned Damned Damned o Machine Gun Etiquette. Lo que escuchamos aquí es una banda obsesionada con las texturas, los ecos, las teclas y las atmósferas sombrías.
Y sí, Captain Sensible ya no estaba. Su salida permitió que Dave Vanian tomara las riendas creativas, y se nota. Su voz se vuelve profunda, teatral, como un cruce entre Jim Morrison y un crooner vampírico salido de Hammer Films. El álbum no es solo musical, es visual, casi cinematográfico.
Legado: el álbum que dividió y, con los años, encantó
En su momento, Fantasmagoría dividió a los fans. Los punkarras de corazón gritaban traición; los oídos más abiertos vieron una banda que maduraba sin perder identidad. Hoy, el disco es reconocido como una pieza clave en la evolución del post-punk británico y en el nacimiento del gothic rock más accesible.
Inspiraron sin proponérselo a decenas de bandas posteriores: desde HIM hasta los primeros The 69 Eyes, pasando por los momentos más oscuros de The Cure. Vanian no necesitó pintarse de calavera ni colgarse cruces para sonar más oscuro que muchos de sus contemporáneos.
The Damned demostraron que ser punk también podía significar atreverse a cambiar. Se reinventaron como caballeros de la penumbra y nos entregaron un álbum que sigue latiendo con la elegancia de un ataúd de terciopelo.
Y si aún dudas, escúchalo a medianoche. Que ruja el órgano. Que cante el vampiro. Que vivan los malditos.
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