El sonido de la descomposición
“Junkyard” no es un disco para cualquiera. Aquí no hay riffs pegajosos ni melodías digeribles. Lo que hay es violencia rítmica, disonancia sónica y una interpretación vocal que roza el exorcismo. Nick Cave no canta, ruge. No interpreta, posee. Su garganta escupe imágenes bíblicas, suciedad urbana y sexo enfermizo. El álbum abre con “She’s Hit”, un arrastre lúgubre que parece salido de un ritual pagano maldito, y de ahí va descendiendo cada vez más profundo al infierno.
El bajo de Tracy Pew es pura mugre funk-punk, Rowland S. Howard y Mick Harvey se turnan las guitarras como si fuesen sierras eléctricas oxidadas, mientras la batería muta entre el tribalismo y el colapso. No hay red de seguridad. Escuchar “Dead Joe” o “Big-Jesus-Trash-Can” es enfrentarte al nihilismo australiano más crudo.
Violencia artística con propósito
The Birthday Party no hacía canciones: hacía escenas del crimen. Y “Junkyard” es su escena más brutal. Inspirados por el arte outsider, la literatura decadente y el cine de terror, este disco no trata sobre la desesperación: ES desesperación. No busca complacer, busca sacudir. El título lo dice todo: un vertedero sonoro donde cada ruido tiene un filo oxidado.
Cave comenzaba a formar el personaje literario que luego explotaría con The Bad Seeds, pero aquí es todavía un animal salvaje, sin control, una mezcla entre predicador junkie y poeta en llamas. Sus letras son balas sucias que atraviesan temas como la muerte, el sexo, la religión y la locura con una ironía que te raspa el alma.
El legado que no quiso tener fans
“Junkyard” no vendió millones. No llenó estadios. Pero dejó una huella indeleble.
Es el sonido de una banda que sabía que estaba muriendo y, en lugar de resistirse, decidió hacer del colapso una obra de arte.
Para escuchar con las luces apagadas y la cabeza bien jodida. “Junkyard” no es un álbum: es una herida abierta.
Advertencia: No apto para oídos sensibles
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