jueves, 19 de junio de 2025

Post-Punk: rabia nihilista de los setenta al resurgir visceral



Orígenes (1977–1979): del desencanto punk al post-punk experimental




La primera ola de post-punk surgió en el Reino Unido a finales de los 70 como reacción sombría al agotamiento del punk. Músicos hartos del DIY crudo y la protesta simplona del punk original buscaron romper esquemas con estructuras artísticas más complejas. Bandas como Joy Division, Siouxsie and the Banshees, The Fall, Gang of Four o Public Image Ltd encabezaron esta vanguardia: incorporaron ruido denso, influencias del krautrock, dub o funk, letras nihilistas e intelectualismo bohemio. Sin embargo, también nacieron enojados: al poco de formarse, muchos artistas del post-punk quedaron desencantados con el punk, viendo que se había vuelto una fórmula comercial y paródica En ese ambiente emergió una música “avant-garde” y cerebral, compuesta por jóvenes “muy inteligentes” interesados en perturbar al público y hacerle pensar, no solo en canciones pegajosas




Los primeros lanzamientos del movimiento se volvieron himnos de decadencia urbana: por ejemplo, el sencillo “Hong Kong Garden” de Siouxsie (agosto 1978) o “Public Image” de PiL (octubre 1978) y “Damaged Goods” de Gang of Four (dic. 1978) son citados como algunos de los primeros registros post-punk Los medios especializados lo celebraron: en 1978 la revista Sounds aplaudió el álbum The Scream de Siouxsie (1978), y al año siguiente NME destacó Unknown Pleasures de Joy Division (1979), Entertainment! de Gang of Four y Metal Box de PiL como obras maestras de la escena. Unknown Pleasures de Joy Division, por ejemplo, salió el 15 de junio de 1979 y hoy es un icono oscuro del género. En resumen, el post-punk clásico abrazó el nihilismo de la posmodernidad con guiños culturales (Camus, Burroughs, crítica situacionista, etc.) y una actitud de ruptura sonora y lírica jamás vista en el punk de los Sex Pistols.




Los ’80: metamorfosis oscura y auge del rock gótico
En la década de 1980 el post-punk original comenzó a dispersarse y derivarse en nuevos estilos. A principios de los ’80 surgieron ramificaciones intensamente góticas: el rock gótico tomó la guitarra sucia, los bajos marcados y la estética nocturna del post-punk y añadió sintetizadores sombríos y glamour oscuro (pensemos en Bauhaus o los primeros The Cure). Paralelamente, muchas bandas giraron hacia un sonido más comercial o melódico: parte de la escena migró al new wave o al pop experimental, al punto de que antes de 1980 era común agruparlas bajo la etiqueta “new wave”. En Estados Unidos algunos heredaron la esencia post-punk en el college rock (think R.E.M., Sonic Youth) mientras que en Reino Unido agrupaciones como U2 adoptaron arreglos himnos. Para mediados de los ’80 el filo radical de los inicios se había embotado: muchas bandas abrazaron sonidos pop/«new pop» más accesibles, entrando en la corriente del Second British Invasion con guitarras pulidas.A mediados de los 80 el post-punk tradicional prácticamente «se acabó», dando paso al rock alternativo y al apogeo de bandas híbridas que hoy asociamos al sonido pospunk (algunas incluso saltaron al mainstream). En síntesis: lo experimental del post-punk original se había transformado en géneros derivados (rock gótico, new wave, industrial ochentera), dejando su impronta oscura en la cultura alternativa mientras el movimiento original perdía protagonismo.




Renacimiento pospunk: del 2000 a la insurgencia actual
Contra todo pronóstico, el post-punk renació a principios de los 2000. Con la llegada de Internet y el cansancio del rock adolescente, discos como Is This It (2001) de The Strokes demostraron que el “garage rock” y la sinceridad punk continuaban vigentes. De allí brotó una oleada indie que apeló abiertamente al espíritu post-punk: aparecieron Interpol, The Strokes, Yeah Yeah Yeahs, LCD Soundsystem, The Rapture, y en el Reino Unido debutaron Franz Ferdinand, Bloc Party, Editors y Arctic Monkeys, entre otrosAunque a veces considerados simplemente “revival post-punk”, estos grupos mantuvieron letras existencialistas y guitarras urgentes, pero mezcladas con estética estilizada (corbatas finas, modas retro) y una orientación más comercial. El auge de este renacer llegó a mediados de los 2000, con álbumes masivos y #1: Arctic Monkeys, Bloc Party o The Killers encarnaron ese pico de popularidad.
Tras la saturación “landfill indie”, en la década de 2010 otra camada de bandas rejuveneció el género. En EE. UU. surgieron Parquet Courts, Protomartyr, Iceage y Viagra Boys con propuestas ásperas y letras críticasEn Gran Bretaña e Irlanda irrumpió la escena pos-Brexit: grupos como Fontaines D.C., IDLES, Shame, The Murder Capital, Black Midi o Yard Act retomaron la crudeza urbana del post-punk con dosis de furia política y visceralismo lírico Estos nuevos postpunks —algunos hipsters, otros anti-autoritarios— han llevado la indignación social a festivales multitudinarios: IDLES, por ejemplo, batió récords con su estilo directo y mensajes contra el nacionalismo, mientras Fontaines D.C. popularizó la poética oscura. En conjunto, la escena actual ha hecho “cool” al post-punk; aunque millones de oyentes hoy coreen sus guitarras secas, el resurgir pospunk añade tecnología y conciencia política a la tradición de los 70, revivido en un contexto global marcado por crisis económicas, Trump y Brexit.


Espíritu clásico vs moderno: ¿qué cambia?


El post-punk original era una trinchera musical profundamente vanguardista: reunía nihilismo existencial con referencias artísticas (Camus, Ballard, Situationismo, etc.), optando por la disonancia y la experimentación radical en cada acorde. Todo era audaz y antiestablecimiento: la energía DIY del punk se transformó en un ataque conceptual contra la música pop tradicional. Hoy día, pese a las similitudes en sonido (bajo pesado, riffs angulosos) y actitud, la escena opera en otro terreno. Las bandas revivalistas han tenido éxito comercial masivo y han sido absorbidas por la industria musical moderna. Como apunta la crítica, la gran diferencia es que esta “nueva ola” post-punk ha sido mainstream en todos los sentidos: llenan estadios, dominan listas de éxitos y hasta firman en grandes sellos. En otras palabras, se ha diluido parte de la rabia anticomercial original.


No obstante, pervive la esencia desafiante: sigue tratándose de ruptura sonora y letras oscuras, de canalizar la angustia contemporánea. Bandas recientes conservan esa mirada sombría al mundo; pero en lugar de público de nicho en discoteca subvencionada, su mensaje llega a festivaleros y redes sociales. El contraste está en el contexto y la forma. El post-punk clásico era casi un proyecto artístico underground, con espíritu de culto intelecto, “fusión de arte y música”. El moderno, en cambio, mezcla ese legado con pragmatismo pop: más melodía en ocasiones, videoclip, branding, Instagram. La línea divisoria puede trazarse así: lo que ha cambiado es que ya no buscamos ser artistas torturados anónimos, sino héroes indie de masas. Lo que se mantiene es el rechazo a la complacencia musical —esa voluntad de “jugar con posibilidades abiertas” y la urgencia de revolver conciencias— y la convicción de que, en tiempos de caos social, el post-punk sigue siendo el lenguaje idóneo para gritar desolación y resistencia.

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